23 de septiembre de 2005


NO hace ni medio siglo de esos acontecimientos y ya parece una eternidad transcurrida. La gesta de quienes intentaron, sin éxito, un golpe militar, se vio coronada con su acceso a los anales de la historia contemporánea y marcó indeleblemente el inicio de las transformaciones democráticas del país.

Tantas cosas han cambiado en México que el recuento pesa, pero aquel era otro país. Los participantes del asalto al cuartel Madera lo hicieron, parte por la desesperación al sufrir la cerrazón gubernamental ante sus gestiones agrarias –que eran, en el fondo, reclamaciones para poseer una forma digna de trabajar- pero también por su convicción de que era posible construir un nuevo país, con un régimen político distinto, muy distinto, en el que vislumbraban la construcción del socialismo.

Creyeron en la posibilidad de que el chispazo producido por ellos cundiría en la pradera seca de la injusticia que atravesaba a toda la Nación.

No fue así, pero su acción fue ejemplo para cientos, miles de jóvenes que, muy pocos años después, decidieron continuar ese tipo de acciones, con muy parecidas proyecciones y acaso mejores planteamientos militares. Pero no fueron los únicos, el reclamo de más democracia de los de Madera abarcó a la casi totalidad de la sociedad chihuahuense. Ahora mismo se aprecia en distintos eventos, que todas las fuerzas políticas existentes –incluido un sector muy importante del priismo y del panismo- se sienten, de alguna manera, orgullosos de aquellos que iniciaron el asalto al cielo de sus aspiraciones revolucionarios, en la fría mañana del 23 de septiembre de 1965.

Son muchas las transformaciones de carácter democrático –la existencia de partidos plenamente reconocidos y aceptados, de elecciones creíbles, ¡hasta de credencial de elector con foto!; el gobierno ya no conduce los procesos electores; la apertura de los medios de comunicación; márgenes inimaginables entonces de libertad sindical, si bien no completa; la alternancia partidaria en el poder; el PRI es una más de las fuerzas políticas, la preponderante, pero una más, etc.- pero ese avance no se ve reflejado en la vida cotidiana de los mexicanos.

Nuestro país puede ser en estos momentos, en todo el planeta, el que más nacionales expulsa, como si fuera una nación en guerra, con compatriotas que huyen, casi como refugiados de guerra, de la pobreza y el desempleo a causa de la extremada incapacidad gubernamental para impulsar el desarrollo económico que le otorgue a la población niveles razonables de bienestar, o por lo menos los empleos necesarios para vivir en su propio país.

Del mismo modo, la concentración de la riqueza es hoy, paradójicamente, mayor a la de hace 40 años. Los más poderosos mexicanos son, en los tiempos que corren, infinitamente más ricos que en aquella época y la pobreza, contra todas las estadísticas gubernamentales, abarca a un mayor porcentaje de la población. Por si fuera poco, quienes accedieron a los puestos de gobierno, desde los antiguos partidos de oposición, de derecha o de izquierda, lo hicieron reproduciendo los peores defectos de quienes detentaron el poder durante, por lo menos, los últimos 60 años, los priistas.

Así, unos y otros han logrado un primer lugar mundial que, además de indignar a una población cada vez más alejada de la vida política, ilustra nítidamente la rapacidad de la “clase política”: Los funcionarios públicos, con muy escasas excepciones, son los que tienen los salarios más elevados del planeta.

Además, quienes ahora hacen política diciéndose pertenecer a la izquierda, especialmente los participantes de la lucha electoral, se encuentran a muy lejanas distancias de los valores que a raudales destilaron “Los héroes de Madera”: Entrega, disciplina, ética, compromiso con las causas populares y una límpida congruencia con los principios revolucionarios que los animaron.

Son valores que quedaron en el camino de la larga transición democrática del país. Tan larga que no termina por instalarse plenamente en muchos aspectos de la vida política, social y económica.

Y ahí es en donde nuevas fuerzas, las de la sociedad en su conjunto, y las de las múltiples organizaciones de la sociedad civil, pueden continuar la tarea iniciada por quienes imbuidos por su, ese sí, amor a México, asaltaron, no Madera, sino la eternidad

Cuarenta años después pareciera, a los ojos de muchos mexicanos –y chihuahuenses- como si la gesta guerrillera de los “maderianos” no hubiera ocurrido, o formara parte de las fantasías construidas por los pueblos. Nada de eso fue el asalto de los primeros guerrilleros chihuahuenses, posteriores a los revolucionarios de principios del siglo XX. Su última acción en la vida (para los caídos) fue el último de los recursos para enfrentar al Estado Mexicano y a la clase dominante en la década de los 60’s. Su conclusión -acertada o equivocada ¿Quién la podría calificar?- fue la de que había llegado el momento de enfrentar a la burguesía y su Estado por la vía militar. Quizá entendieron la magnitud y dificultades de la tarea a realizar, pero se fueron al combate decididos a que, por lo menos, su acción formara parte del acervo político de su pueblo y sirviera para que la mecha de su espíritu revolucionario inflamara la mente y el corazón de los mexicanos.

El asalto al cuartel no fue la acción desesperada, o romántica, de un grupo de “iluminados”, o de militantes desligados de las necesidades y los sentimientos y aspiraciones del pueblo de México. Todo lo contrario, era un compacto grupo de experimentados dirigentes sociales; eran agraristas formados en la intensa lucha campesina, líderes de miles de chihuahuenses, amén de entusiastas y apasionados polemistas socialistas.

Eran, además, auténticos personajes de la vida política y social del Chihuahua de entonces, cuya autoridad moral y política provenía de un liderazgo construido a lo largo de eternas noches de desvelos, de infinidad de “plantones” y gestiones realizadas en todos los tonos ante las autoridades de todos los niveles de gobierno. Y, por encima de todo, de una inquebrantable congruencia revolucionaria, de aquella enarbolada por los antiguos militantes de la causa socialista, la de la inexistencia de contradicciones entre el decir y el hacer y la de un férreo apego a los principios de la revolución socialista, de la que todos hicieron el único eje de sus vidas.

Pero sus aspiraciones transformadoras de la sociedad no les impidieron -al contrario- emprender al lado de miles de campesinos la lucha contra latifundistas, guardias “blancas”, funcionarios gubernamentales, y contra todo el régimen que hacía de la injusticia y la ilegalidad los mejores instrumentos para favorecer a las clases dominantes, en perjuicio de campesinos, indios y obreros.

Si a lo anterior le sumamos la existencia de un entramado legal que impedía el ejercicio de las libertades ciudadanas, tendremos a la mano la explicación del porqué los “maderianos” decidieron emprender la ruta del enfrentamiento armado con las fuerzas gubernamentales.

Su acción, y la cerrazón autoritaria del régimen, se convirtieron en el ejemplo que otros ¿cientos? ¿Miles? de jóvenes en todo México siguieron unos cuantos años después -1968 y su 2 de octubre mediante- que los llevó a sostener una cruenta, y auténtica, guerra entre las fuerzas represoras del régimen y las decenas de organizaciones guerrilleras aparecidas en México a partir de los inicios de la década de 1970.

Sin embargo, sólo tres expresiones de ellas, la de los “maderianos” en Chihuahua, y las encabezadas por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas en el estado de Guerrero, tuvieron, tanto en su origen, como en su desarrollo, un inmenso apoyo popular, basado en la lucha por reivindicaciones sociales, todas ellas derivadas de la injusticia prevaleciente en el país, sobre todo en el campo.

Y esa característica prevalece en Chihuahua, aún hoy cuarenta años después. No hay chihuahuense, cualquiera que sea su filiación política, conocedor del “Asalto al Cuartel Madera”, que no se sienta identificado, o se muestre orgulloso de ese hecho de armas. Esa actitud puede tener –tiene- numerosas explicaciones, contenidas en la vasta experiencia democrática de un pueblo que se ha alzado repetidamente contra los regímenes autoritarios, que no han sido pocos ni débiles, presentes a lo largo de la historia del más grande de los estados mexicanos.

No por nada la gesta de los “maderianos” se dio a unos pasos del lugar en el que otros chihuahuenses también intentaron derrocar a un régimen autoritario: Los habitantes de Tomochic, quienes a fines del siglo XIX combatieron gallardamente ante el ejército porfirista.

Setenta años después los encabezados por Arturo Gámiz y Pablo Gómez intentaron hacer lo mismo.

Fueron derrotados militarmente, pero su victoria moral los sobrevivirá largamente. El México de hoy es infinitamente mejor a aquel al que pretendieron transformar… sólo que las transformaciones no se dieron ni en la magnitud, ni en el sentido que los “maderianos” buscaron. Se abrieron numerosos espacios de lo que la izquierda socialista mexicana denominó de la “democracia formal”, es decir, la democratización de los procesos electorales, la apertura informativa, la plena competencia electoral, la alternancia partidaria en el poder, la llamada “transición democrática”, pero todo un pueblo emigra al norte, paradójicamente al país que los militantes de aquella izquierda ubicaban como uno de los principales factores de la desigualdad y la injusticia no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero.

El desempleo, la pobreza, la desigualdad y la injusticia tienen ahora otras caras, “globalizadas”, modernizadas, pero crecen a pasos agigantados a pesar de los mensajes y cifras gubernamentales. Problemas de tal magnitud obligan a una nueva e intensa reflexión de los mexicanos que desean transformar tan ingrata realidad, pero los retos de quienes, desde la izquierda, aspiran a la construcción de un régimen democrático, acaso socialista, deberán emprender el camino de la discusión, de la revaloración de sus concepciones ideológicas y políticas, quizá la elaboración de una nueva ideología, no por nueva antagónica a la que enarbolaron orgullosamente los “maderianos”, sino, solamente, adecuada para un país –y un mundo- en el que la realidad es en muchos aspectos diametralmente distinta y que llevará, por consiguiente, a efectuar, también, una revisión acerca de los métodos y las vías para la instauración de un régimen auténticamente democrático y justo… como el que soñaron los maderianos hace ya 40 años.

23 de septiembre de 2005
Chihuahua, Chih.
Luis Javier Valero Flores